
Me encontré con un viejo amigo y lo invité a las reuniones (en la parroquia) y me dio como doscientas excusas. Entendí que tenía miedo. ¿A qué? No lo sé. Acaso un miedo oscuro, difuso, ese que es producto de la imaginación. Lo entiendo porque en cierta forma, ese era mi miedo. ¿Miedo a abrirse? ¿Miedo a cambiar? ¿Miedo a que lo tilden de beato? ¿Miedo a que le pregunten? ¿Miedo a comprometerse? ¿Miedo a que su familia le reproche una hora larga un día a la semana? ¿Miedo a un miedo inconcreto y anónimo, de zarpas largas, y fiel como la sombra, como los pies planos de la rutina? No lo sé...
-H. L. A, CM.
Misionero Vicentino en México.
(Imágen San Vicente y Santa Luisa recogiendo niños expósitos, archivo P. John Rybolt, CM.)
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